Lo que necesita una mujer
Virginia Woolf decía que
una mujer para escribir necesita una habitación propia. Yo estoy segura de que necesitamos mucho más
que “propiedad y dinero” para escribir, pensar, ser y hablar en esta sociedad de hombres.
En el diplomado en
Comunicación y Género que ofrece el Ministerio de la Mujer, la historiadora
Carmen Durán nos hizo saber que de 9 mil estudiantes de comunicación social, 7
mil somos mujeres. Este dato, unido a la dinámica que observé en el aula,
motiva las siguientes reflexiones acerca de la silenciación de nuestra voz.
Pese a que somos “mayoría”, seguimos siendo minoría en cuanto a voz, voto y a
derechos se refiere.
Puede que intente
engañarnos la globalización y la explosión de “libertades femeninas” de este
siglo, pero ¿hasta qué punto hemos superado la dinámica histórica de hacer
silencio, de ceder nuestra voz y espacio a los hombres, de dejarnos avasallar,
de negarnos a ser libres?
Es cierto que muchas
gritamos, hablamos fuerte, entonamos la reivindicación de nuestros derechos
como himnos febriles de lucha, sin embargo, seguimos siendo comedidas y
limitadas a la hora de hablar. No es que esto sea malo, por el contrario,
demuestra entre otras cosas respeto por el tiempo y el derecho ajeno,
inteligencia en la expresión, correcto uso de los espacios de debate. Sin
embargo, desde la perspectiva de lo que esto implica, en términos relacionales
en contraposición con el hombre, se verifican grandes y añejas diferencias.
Las dinámicas clásicas y
practicadas incluso en este diplomado de género implica que conscientes o no,
los hombres imponen su voz, en
contraposición, asumiendo nuestro rol seguimos teniendo una voz relegada al
estruendo patriarcal, aunque se disfrace de “ejemplo de educación, síntesis y
respeto ajeno”.
Con esto no digo que no
existan excepciones. Hombres y mujeres asumimos con justicia el poder de
nuestras voces, de nuestro voto. El punto a reflexionar es, ¿en qué medida
hemos logrado modificar las dinámicas de género preestablecidas y opresivas
para las mujeres?
Todo esto lo describo como
modo de ilustrar lo difícil que es, inclusive para grupos más preclaros en
temas de género, derechos y equidad, salir de las estereotipadas dinámicas que,
de tan milenarias, parecen asunto genético. La buena noticia es que no está en
nuestros genes, sino en nuestro sistema conductual, mismo que con conciencia
podremos modificar a gusto y criterio.
La dinámica de poder hombre
superior a mujer es cosa del pasado y este diplomado nos acerca al
ideal de que se conviertan en viejas usanzas, relevadas por modos de relación
más justos y equitativos en donde nos desprogramemos para callar y el hombre se
desprograme del imponer. Vemos que no es fácil, pero tampoco imposible, lo han
demostrado las mujeres que lucharon, murieron y gritaron exigiendo
vindicaciones, teorizaron por las reivindicaciones y que, finalmente, hicieron escuchar su voz.
Vale recordar que la voz a
la que tenemos derecho viene con el deber y la condición de que la analicemos y
la reinventemos.
Llamó poderosamente mi
atención la reproducción de los discursos justificativos del machismo “las
mujeres son las responsables del machismo porque son las que crían”, “no nos
apoyamos entre nosotras”, “vivimos en competencia, eso no nos permite avanzar
en términos políticos” “rivalizamos unas con otras” y ¡caramba!, es difícil
lograr verdaderas reivindicaciones humanas cuando seguimos reproduciendo estos
pensamientos.
Lo cierto es que muchas de
estas aseveraciones tienen un nivel de realidad que no se corresponden a su
nivel de verdad, si bien es cierto que casos pasaron, pasan y siguen pasando,
no es realista pensar que eso sea una decisión plena y consciente del género,
es más bien una profunda configuración social y de roles que ha devenido
después de tantos siglos en lo que vemos como cotidiano. Mujeres-objeto que
bajo sus condiciones y oportunidades reproducen lo que se les ha
impuesto/enseñado como su ser, su “naturaleza”, sin embargo, esto no tiene por
qué ser así siempre, algunas conciudadanas así lo demuestran. ¿Qué tienen de
poco solidaria y rivalizante la actitud de mujeres como Socorro del Rosario Sánchez, Concepción
Bona, María Trinidad Sánchez, Juana Saltitopa, Ercilia Pepin,… por solo mencionar
casos locales y harto conocidos.
A lo largo de toda nuestra
historia muchas mujeres han encontrado la manera de escapar de su impuesto
destino de malvadas, impuras, delicadas o débiles, para apoyar y contribuir con
la construcción de esta “libertad” relativa que, por lo menos la mujer de occidente
goza. Si no demos un vistazo a Safo, Olimpia de Gouges, Mary Wollstonecraft,
Simone de Beauvoir, Virginia Woolf… muchas de nuestras madres, abuelas o tías.
Algunas de las madres
presentes decían que la dinámica de pensamiento y responsabilidad de la mujer
cambia con la maternidad, puesto que se tiene que pensar en las necesidades y
seguridad de hijos e hijas, aunque estés trabajando.
Esto me deja la duda de qué
tan cierto es el presupuesto de Virginia. Creo que además de propiedad y
dinero, una mujer necesita desprenderse
del rol madre, por lo menos de momento, para pensar. Puesto que mientras se
encuentra en madre mode, la mujer
invierte demasiadas energías en preocuparse por sus vástagos. Es necesario
desprenderse de los roles y asumirse como humana autónoma, para descubrirse
quizás madre, a la mejor, filosofa, escritora, jardinera, comerciante o
pensadora, puede que hasta esposa, amante o simplemente, amiga.